Foram os critérios directores
desde a sua juventude.
Agora inspiram o seu modo de governar a Igreja.
São aqui analisados pela
primeira vez
por um filósofo e missionário.
Sandro
Magister, Roma, 19 de Maio de 2016
¿Cuál es el criterio rector del papa Francisco,
de su magisterio líquido, jamás definitorio, deliberadamente abierto a las
interpretaciones más contradictorias?
Es él mismo quien recuerda cuál es, al comienzo
de la «Amoris laetitia»:
«Recordando que 'el tiempo es superior al
espacio', quiero reafirmar que no todas las discusiones doctrinales, morales o
pastorales deben ser resueltas con intervenciones magisteriales».
Más adelante, en la misma exhortación, Francisco
traduce así ese criterio: «Se trata de generar procesos más que dominar
espacios».
«El tiempo es superior al espacio» es
efectivamente el primero de los cuatro criterios rectores que Francisco enumera
y describe en el documento programático de su pontificado, la exhortación «Evangelii
gaudium». Los otros tres son: la unidad prevalece sobre el conflicto, la
realidad es más importante que la idea, el todo es superior a la parte.
Es a lo largo de su vida que Jorge Mario
Bergoglio se inspira en estos cuatro criterios, principalmente en el primero.
El jesuita argentino Diego Fares, al comentar la «Amoris laetitia» en el último
número de «La Civiltà Cattolica», cita ampliamente los apuntes de conversación
con el entonces provincial de la Compañía de Jesús en Argentina, fechados en
1978, todos ellos «sobre el ámbito del espacio de acción y sobre el sentido del
tiempo».
No solo eso. El bloque entero de la «Evangelii
gaudium» que explica los cuatro criterios es la transcripción de un capítulo de
la inconclusa tesis de doctorado escrita por Bergoglio en los pocos meses que
vivió en Alemania, en Frankfurt, en 1986. La tesis se centraba en el teólogo
ítalo-alemán Romano Guardini, quien es efectivamente citado en la exhortación.
Quien reveló este trasfondo de la «Evangelii
gaudium» fue el mismo papa Francisco, en un libro publicado en el 2014 en
Argentina, sobre sus años «difíciles» como jesuita:
«Aunque no llegué a completar mi tesis, el
estudio que hice en ese entonces me ayudó mucho para todo lo que vino después,
incluida la exhortación apostólica 'Evangelii gaudium', visto que en ella toda
la parte sobre los criterios sociales está extraída de mi tesis sobre Guardini».
Es entonces indispensable analizar estos
criterios, si se quiere comprender el pensamiento del papa Francisco.
Esto es lo que hace en el texto que sigue a
continuación el padre Giovanni Scalese, de 61 años de edad, barnabita, desde el
2014 jefe de la misión «sui iuris» de Afganistán, único puesto de avanzada de
la Iglesia Católica en ese país, donde también desarrolla roles diplomáticos
como secretario de la embajada de Italia.
Además de misionero en India y en Filipinas, y
asistente general de la orden de los Barnabitas, el padre Scalese fue profesor
de filosofía y rector en el Colegio alla Querce, de Florencia.
De este colegio él tomó para sí el nombre «Querculanus»,
con el cual firma las reflexiones que confía a un blog en el cual se puede leer
íntegramente su texto, aquí un poco abreviado:
> I postulati di papa Francesco
Entre otras cosas, Scalese observa que es en
virtud de estos postulados suyos de sabor historicista y hegeliano que el papa
Franciso polemiza continuamente contra la naturaleza abstracta de la «doctrina»,
oponiéndole una «realidad» a la que aquélla se debería adecuar.
Como olvidando que la realidad, si no es
iluminada, guiada y ordenada por una doctrina «corre el riesgo de desembocar en
un caos».
__________
Os quatro postulados do papa Francisco
Giovanni Scalese
Pueden ser considerados como los postulados del
pensamiento del papa Francisco, desde el momento que, además de resultar
recurrentes en su enseñanza, son presentados por él como criterios generales de
interpretación y evaluación.
Ellos son:
– el tiempo es superior al espacio;
– la unidad prevalece sobre el conflicto;
– la realidad es más importante que la idea;
– el todo es superior a la parte.
En «Evangelii gaudium», n. 221, Francisco los
llama «principios». Personalmente, considero por el contrario que ellos pueden
ser considerados «postulados», término que en el vocabulario Zingarelli de la
lengua italiana designa una «proposición carente de evidencia y no demostrada,
pero admitida igualmente como verdadera en cuanto necesaria para fundamentar un
procedimiento o una demostración».
Siempre en «Evangelii gaudium», n. 221, el Papa
afirma que los cuatro principios «brotan de los grandes postulados de la
Doctrina Social de la Iglesia».
Pero los que en el Compendio de la Doctrina
Social de la Iglesia son señalados como «principios permanentes» y «verdaderos
y propios puntos de apoyo de la enseñanza social católica» son más bien la «dignidad
de la persona humana», el «bien común», la «subsidiaridad» y la «solidaridad»,
a los cuales están vinculados el destino universal de los bienes y la
participación, además de los «valores fundamentales de la vida social» como la
verdad, la libertad, la justicia y el amor.
Ahora bien, es difícil captar la derivación de
los cuatro postulados de «Evangelii gaudium» de los llamados «principios
permanentes» de la doctrina social de la Iglesia. O por lo menos tal derivación
no es tan evidente: es necesario sacarla a la luz y no darla por descontada.
El hecho es que ellos han sido siempre los
principios primeros del pensamiento del papa Francisco. El jesuita argentino
Juan Carlos Scannone nos informa que «cuando Jorge Mario Bergoglio era
provincial, en 1974, ya los usaba. Yo formaba parte con él de la congregación
provincial y lo he escuchado mencionarlos para iluminar distintas situaciones
que se trataban en ese foro».
Hay que tener presente que en 1974 Bergoglio
tenía 38 años, era jesuita desde hacía dieciséis años (1958), se había graduado
en Filosofía una década atrás (1963), era sacerdote desde cinco años antes
(1969), era provincial desde hacía un año (1973-1979) y todavía no había estado
en Alemania (1986) para completar sus estudios. Parecería entonces que esos
cuatro postulados son el resultado de las reflexiones personales del entonces
joven Bergoglio.
En la exhortación apostólica «Evangelii gaudium»
Francisco los vuelve a proponer, «con la convicción de que su aplicación puede
ser un genuino camino hacia la paz dentro de cada nación y en el mundo entero»
(n. 221).
Primer postulado: «el tiempo es superior al espacio»
Entre los cuatro postulados, éste parecería ser
el más apreciado por el papa Francisco. Lo encontramos enunciado por primera
vez en la encíclica «Lumen fidei» (n. 57). Lo volvemos a encontrar, junto con
los otros tres principios, en «Evangelii gaudium» (nn. 222-225). Posteriormente
es retomado en la encíclica «Laudato si’» (n. 178). Por último, es citado, dos
veces, en la exhortación apostólica «Amoris laetitia» (nn. 3 y 261).
Pero es el menos inmediatamente comprensible en
su formulación. Se torna claro sólo cuando se lo explica. «Evangelii gaudium»
lo aclara de la siguiente manera:
«Este principio permite trabajar a largo plazo,
sin obsesionarse por resultados inmediatos. Ayuda a soportar con paciencia
situaciones difíciles y adversas, o los cambios de planes que impone el
dinamismo de la realidad. Es una invitación a asumir la tensión entre plenitud
y límite, otorgando prioridad al tiempo. Uno de los pecados que a veces se
advierten en la actividad sociopolítica consiste en privilegiar los espacios de
poder en lugar de los tiempos de los procesos. Darle prioridad al espacio lleva
a enloquecerse para tener todo resuelto en el presente, para intentar tomar
posesión de todos los espacios de poder y autoafirmación. Es cristalizar los
procesos y pretender detenerlos. Darle prioridad al tiempo es ocuparse de
iniciar procesos más que de poseer espacios. El tiempo rige los espacios, los
ilumina y los transforma en eslabones de una cadena en constante crecimiento,
sin caminos de retorno. Se trata de privilegiar las acciones que generan
dinamismos nuevos en la sociedad e involucran a otras personas y grupos que las
desarrollarán, hasta que fructifiquen en importantes acontecimientos
históricos. Nada de ansiedad, pero sí convicciones claras y tenacidad» (n.
223).
Es más concisa la exposición de «Amoris laetitia»:
«Se trata de generar procesos más que de dominar espacios» (n. 261). Pero en
esta última exhortación apostólica se hace una sorprendente aplicación del principio
en cuestión:
«Recordando que el tiempo es superior al
espacio, quiero reafirmar que no todas las discusiones doctrinales, morales o
pastorales deben ser resueltas con intervenciones magisteriales. Naturalmente,
en la Iglesia es necesaria una unidad de doctrina y de praxis, pero ello no
impide que subsistan diferentes maneras de interpretar algunos aspectos de la
doctrina o algunas consecuencias que se derivan de ella. Esto sucederá hasta
que el Espíritu nos lleve a la verdad completa (cf. Jn 16,13), es decir, cuando
nos introduzca perfectamente en el misterio de Cristo y podamos ver todo con su
mirada. Además, en cada país o región se pueden buscar soluciones más
inculturadas, atentas a las tradiciones y a los desafíos locales» (n. 3).
Debemos reconocer sinceramente que la derivación
de esa conclusión a partir del principio examinado no es tan inmediata y
evidente como el texto parecería suponer. Parece dar a entender que la esencia
del primer postulado está en el hecho que no se debe pretender uniformar todo y
a todos, sino dejar que cada uno recorra su propio camino hacia un «horizonte»
(nn. 222 y 225) que permanece más bien indefinido.
En la entrevista publicada por el padre Antonio
Spadaro en «La Civiltà Cattolica», el 19 de setiembre de 2013, Francisco expone
el principio en una perspectiva más teológica:
«Dios se manifiesta en una revelación histórica,
en el tiempo. El tiempo inicia los procesos, el espacio los cristaliza. Dios se
encuentra en el tiempo, en los procesos en curso. No necesita privilegiar los
espacios de poder respecto a los tiempos, también largos, de los procesos.
Debemos comenzar procesos más que ocupar espacios. Dios se manifiesta en el
tiempo y está presente en los procesos de la historia. Esto hace privilegiar
las acciones que generan dinámicas nuevas. Requiere paciencia y espera» (p.
468).
En la revista «PATH», de la Pontificia Academia
Teológica (n. 2/2014, pp. 403-412), don Giulio Maspero identifica las fuentes
del principio en san Ignacio [de Loyola] y en Juan XXIII - citados por
Francisco en la entrevista concedida al padre Spadaro –, y en el beato Pedro
Fabro, citado en «Evangelii gaudium», n. 171, mientras que excluye como fuente
a Romano Guardini, también citado en EG, n. 224. En el principio se reconoce «una
profunda raíz trinitaria», mientras que su clave hermenéutica, de naturaleza
puramente teológica, se encuentra en la afirmación de la presencia y de la
manifestación de Dios en la historia. Francamente, cansa un poco seguir el
razonamiento de don Maspero en este comentario apasionado suyo del principio de
la superioridad del tiempo respecto al espacio.
Personalmente, en lugar de las raíces teológicas
– que todavía hay que probarlas – no puedo no advertir en la base del primer
postulado algunos filones de la filosofía idealista, como el historicismo, el
primado del devenir sobre el ser, el surgimiento del ser a partir de la acción
(«esse sequitur operari»), etc. Pero es un discurso que debería ser
profundizado por los expertos en el ámbito científico.
Segundo postulado: «La unidad prevalece sobre el conflicto»
También este principio fue enunciado por primera
vez en la encíclica «Lumen fidei» (n. 55). Su tratamiento más extenso se
encuentra en «Evangelii gaudium» (nn. 226-230). Lo encontramos por último en la
encíclica «Laudato si’» (n. 198). EG parte de una constatación:
«El conflicto no puede ser ignorado o
disimulado. Ha de ser asumido. Pero si quedamos atrapados en él, perdemos
perspectivas, los horizontes se limitan y la realidad misma queda fragmentada.
Cuando nos detenemos en la coyuntura conflictiva, perdemos el sentido de la
unidad profunda de la realidad» (n. 226).
Y describe tres actitudes:
«Ante el conflicto, algunos simplemente lo miran
y siguen adelante como si nada pasara, se lavan las manos para poder continuar
con su vida. Otros entran de tal manera en el conflicto que quedan prisioneros,
pierden horizontes, proyectan en las instituciones las propias confusiones e
insatisfacciones y así la unidad se vuelve imposible. Pero hay una tercera
manera, la más adecuada, de situarse ante el conflicto. Es aceptar sufrir el
conflicto, resolverlo y transformarlo en el eslabón de un nuevo proceso» (n.
227).
La tercera actitud se basa en el principio: «la
unidad es superior al conflicto», que es calificado precisamente como «indispensable
para construir la amistad social» (n. 228). Este principio inspira el concepto
de «diversidad reconciliada» (n. 230), recurrente en la enseñanza del papa
Francisco, sobre todo en el campo ecuménico.
El gran problema de este postulado es que supone
una visión dialéctica de la realidad, muy similar a la de Hegel:
«La solidaridad, entendida en su sentido más
hondo y desafiante, se convierte así en un modo de hacer la historia, en un
ámbito viviente donde los conflictos, las tensiones y los opuestos pueden
alcanzar una unidad pluriforme que engendra nueva vida. No es apostar por un
sincretismo ni por la absorción de uno en el otro, sino por la resolución en un
plano superior que conserva en sí las virtualidades valiosas de las polaridades
en pugna» (n. 228).
Esta «resolución en un plano superior» recuerda
mucho a la «Aufhebung» hegeliana. No parece casual entonces que después, en el
n. 230, se hable de una «síntesis», que evidentemente supone una «tesis» y una «antítesis»,
los polos en conflicto entre ellos. También en este caso habría que profundizar
el discurso.
Tercer postulado: «La realidad es más importante que la idea»
Éste está expuesto en «Evangelii gaudium» (nn.
231-233) y es retomado posteriormente en «Laudato si’» (n. 201):
«Existe también una tensión bipolar entre la
idea y la realidad. La realidad simplemente es, la idea se elabora. Entre las
dos se debe instaurar un diálogo constante, evitando que la idea termine
separándose de la realidad. Es peligroso vivir en el reino de la sola palabra,
de la imagen, del sofisma. De ahí que haya que postular un tercer principio: la
realidad es superior a la idea. Esto supone evitar diversas formas de ocultar
la realidad: los purismos angélicos, los totalitarismos de lo relativo, los
nominalismos declaracionistas, los proyectos más formales que reales, los
fundamentalismos ahistóricos, los eticismos sin bondad, los intelectualismos
sin sabiduría» (EG 231).
Podría parecer que este postulado es el más
fácilmente comprensible y aceptable, el más cercano a la filosofía tradicional.
La profundización que hace «Evangelii gaudium» es muy atractiva y, a primer
vista, absolutamente compartible:
«La idea – las elaboraciones conceptuales – está
en función de la captación, la comprensión y la conducción de la realidad. La
idea desconectada de la realidad origina idealismos y nominalismos ineficaces,
que a lo sumo clasifican o definen, pero no convocan. Lo que convoca es la realidad
iluminada por el razonamiento. Hay que pasar del nominalismo formal a la
objetividad armoniosa. De otro modo, se manipula la verdad, así como se
suplanta la gimnasia por la cosmética» [Platón, «Gorgias», 465] (n. 232).
En la citada revista de la Pontificia Academia
Teológica, el padre Giovanni Cavalcoli se deja llevar a un entusiasta
comentario de este principio, asimilándolo, sin posteriores puntualizaciones,
al tradicional realismo gnoseológico aristotélico-tomista.
Pero en mi opinión no tiene en cuenta dos
aspectos importantes:
– el contexto en el que se expone el principio,
que es un contexto sociológico con repercusiones de carácter pastoral. «Evangelii
gaudium» no es un ensayo de filosofía del conocimiento: aunque se trata de un
principio filosófico, el tercer postulado es utilizado en función del
desarrollo de la convivencia social y de la construcción de un pueblo (n. 221);
– y el lenguaje utilizado, que no es un lenguaje
técnico. Cuando en el documento se habla de «idealismos y nominalismos
ineficaces» no se está refiriendo a las corrientes históricas del idealismo y
del nominalismo, ya que es muy cierto que se usa el plural. Sobre todo los
términos «idea» y «realidad» son entendidos en un sentido diferente de aquél en
que podría entenderlos la gnoseología tradicional. La «realidad» de la que se
habla en «Evangelii gaudium» no es la realidad metafísica, sinónimo de «ser»,
sino una realidad puramente fenoménica. La «idea» no es la simple
representación mental del objeto, sino que – como señala el texto mismo – es
sinónimo de «elaboraciones conceptuales» (n. 232) y, en consecuencia, de «ideología».
Por otra parte, el uso de expresiones existenciales como, por ejemplo, el verbo
«convocar» habría debido dar a entender inmediatamente que no se trata del
lenguaje escolástico tradicional.
Estas observaciones tienen consecuencias
importantes. El postulado «la realidad es más importante que la idea» no tiene
nada que ver con la «adaequatio intellectus ad rem» [adecuación del intelecto a
la cosa]. Esto significa más bien que debemos aceptar la realidad tal como es,
sin pretender cambiarla en base a principios absolutos, por ejemplo, los
principios morales, que son solamente «ideas» abstractas, que la mayoría de las
veces corren el riesgo de transformarse en ideologías. Este postulado está a la
base de las continuas polémicas de Francisco contra la doctrina. En este
sentido, es significado cuanto afirmó el papa Bergoglio en la entrevista en «La
Civiltà Cattolica»:
«Si el cristiano es restauracionista, legalista,
si quiere todo claro y seguro, entonces no encuentra nada. La tradición y la
memoria del pasado deben ayudarnos a tener el valor de abrir nuevos espacios en
Dios. El que hoy busca siempre soluciones disciplinarias, el que tiende en
forma exagerada a la 'seguridad' doctrinal, el que busca obstinadamente
recuperar el pasado perdido, tiene una visión estática e involutiva. De este
modo la fe se convierte en una ideología entre muchas» (pp. 469-470).
Cuarto postulado: «El todo es superior a la parte»
Encontramos este principio expuesto ampliamente
en «Evangelii gaudium» (nn. 234-237) y retomado después sintéticamente en «Laudato
si’» (n. 141):
«El todo es más que la parte, y también es más
que la mera suma de ellas. Entonces, no hay que obsesionarse demasiado por
cuestiones limitadas y particulares. Siempre hay que ampliar la mirada para
reconocer un bien mayor que nos beneficiará a todos. Pero hay que hacerlo sin
evadirse, sin desarraigos. Es necesario hundir las raíces en la tierra fértil y
en la historia del propio lugar, que es un don de Dios. Se trabaja en lo
pequeño, en lo cercano, pero con una perspectiva más amplia. Del mismo modo,
una persona que conserva su peculiaridad personal y no esconde su identidad,
cuando integra cordialmente una comunidad, no se anula sino que recibe siempre
nuevos estímulos para su propio desarrollo. No es ni la esfera global que anula
ni la parcialidad aislada que esteriliza» (EG 235).
Aquí se aprecia el intento de tener juntos los
dos polos que están mutuamente en tensión – el todo y la parte – y que en EG se
los identifica con la «globalización» y la «localización» (n. 234). La
valorización de la parte, que no debe desaparecer en el todo, es representada
por la figura geométrica, querida por el papa Francisco, del poliedro, en
contraposición a la esfera (n. 236).
El problema es que el principio, tal como está
formulado, no expresa ese equilibrio entre el todo y las partes. Habla
abiertamente de la superioridad del todo respecto a las partes. Esto está en
contraste con la doctrina social de la Iglesia, la cual declara efectivamente
que la persona es un ser constitutivamente social, pero reafirmando al mismo
tiempo su primado y su irreductibilidad en el organismo social (Compendio de la
Doctrina Social de la Iglesia, nn. 125 y 149; Catecismo de la Iglesia Católica,
nn. 1878-1885). Existe el riesgo que, al limitarse a repetir el cuarto
postulado sin precisiones ulteriores, éste pueda ser entendido en sentido
marxista y justificar así la anulación del individuo en la sociedad.
Hay que tener presente que también desde un
punto de vista hermenéutico la relación entre el todo y las partes no es
descrito en términos de superioridad sino de circularidad, el llamado «círculo
hermenéutico»: el todo es interpretado a la luz de las partes; las partes a la
luz del todo.
Conclusiones
Que en la realidad en la cual estamos viviendo
existen polaridades es un hecho difícilmente discutible. Lo que cuenta es la
actitud que asumimos frente a las tensiones que experimentamos cotidianamente
en nuestra vida. De la consideración de los cuatro postulados en su conjunto
parecería que se debe concluir que la actitud más acorde es la de poner juntos
los polos que se oponen, pero suponiendo que uno de los dos es superior al
otro: el tiempo es superior al espacio; la unidad prevalece sobre el conflicto;
la realidad es más importante que la idea; el todo es superior a la parte.
Personalmente, he considerado siempre que las
tensiones son más bien «gestionadas»; que es utópico pensar que ellas puedan
ser, mientras estamos en esta tierra, definitivamente superadas; que por otra
parte es un error tomar partido por uno de los dos polos contra el otro, como
si el bien estuviera solamente en un lado y en el otro sólo hubiera mal (una
visión maniquea de la realidad siempre rechazada por la Iglesia). El cristiano
no es el hombre del «aut aut» [o...o], sino del «et et [y...y]». En este mundo
hay – ¡debe haber! – espacio para todo: para el tiempo y para el espacio, para
la unidad y para la diversidad, para la realidad y para las ideas, para el todo
y para las partes. No se excluye nada, en caso contrario sufre el desequilibrio
de la realidad, que puede llevar a conflictos devastadores.
Otra observación que se podría hacer al término
de esta reflexión es que la exposición de estos cuatro postulados demuestra
que, en el obrar humano, es inevitable dejarse conducir por algunos principios,
que por su naturaleza son abstractos. No sirve para nada entonces polemizar sobre
la naturaleza abstracta de la «doctrina», oponiéndole una «realidad» a la que
debería simplemente adecuarse. Si no es iluminada, guiada, ordenada por algunos
principios, la realidad corre el riesgo de desembocar en un caos.
El problema es: ¿cuáles principios? Sinceramente
no se ve, porque los cuatro postulados de los que nos estamos ocupando pueden
orientar legítimamente el desarrollo de la convivencia social y la construcción
de un pueblo, mientras la mismísima legitimidad no puede ser reconocida en otros
principios, a los que se reprocha continuamente su naturaleza abstracta y su
carácter al menos potencialmente ideológico.
No se puede negar que la doctrina cristiana
corre el riesgo de transformarse en ideología. Pero el mismo riesgo se sigue de
cualquier otro principio, incluidos los cuatro postulados de «Evangelii gaudium»;
con la diferencia que éstos son el resultado de una reflexión humana, mientras
la doctrina católica se basa en una revelación divina.
Que no nos suceda hoy lo que le ocurrió a Marx,
quien, mientras acusaba de ideología a los pensadores que lo precedieron, no se
dio cuenta que estaba elaborando una de las ideologías más ruinosas de la
historia.