sábado, 11 de fevereiro de 2017

Um enigma chamado Bento XVI



Leandro Bonnin, Ite inflammate omnia, 10 de Fevereiro de 2017

El sábado 11 de febrero se cumplen 4 años de la renuncia de Benedicto XVI. Desde entonces el Papa emérito ha permanecido casi completamente en silencio, dedicado a la oración por la Iglesia.

De entre sus apariciones públicas y sus declaraciones o escritos – que no han sido demasiados – ocupa un lugar por demás importante lo escrito para una publicación sobre Juan Pablo II, con ocasión de su canonización.

Allí señala que, para él, los textos magisteriales más importantes fueron los siguientes:
  • la «Redemptor hominis» de 1979, en la que el Papa «ofrece su síntesis personal de la fe cristiana», que hoy «puede ser de gran ayuda para todos lo que están buscando»;
  • la «Redemptoris missio» de 1987, que «resalta la importancia permanente de la tarea misionera de la Iglesia»;
  • la «Evangelium vitae» de 1995, que «desarrolla uno de los temas fundamentales de todo el pontificado de Juan Pablo II: la dignidad intangible de la vida humana, desde el primer instante de su concepción»;
  • la «Fides et ratio» de 1998, que «ofrece una nueva visión de la relación entre fe cristiana y razón filosófica».
No hay que ser muy perpicaz para darse cuenta de que estos documentos se ocupan de temas sumamente relevantes. Ni es necesario ser muy lúcido para descubrir que en varios aspectos cada una de estas temáticas ha sido minimizada, relativizada o al menos enormemente atenuada – vuelvo sobre ello más adelante –.

Luego de esas suscintas referencias a las encíclicas, Benedicto se extiende un poco más sobre otros dos documentos: Veritatis Splendor y Dominus Iesus.

Y los destaco, porque me parece muy notable como el 2017 parece haberse iniciado con el ataque frontal a aquellos dos textos.

La primera está siendo contestada de una forma tan frontal que asusta. Redactada sobre el entramado del diálogo de Jesús con el Joven Rico, en continuidad con el Catecismo, redime los «Diez Mandamientos» de una apreciación negativa injustísima, que hoy parece estar nuevamente de moda. Las fundamentaciones con que algunas conferencias episcopales u o bispos de diócesis puntuales justifican la comunión de quienes viven en adulterio parecen sacadas textualmente de las doctrinas que aparecen en Veritatis Splendor… condenadas.

La relativización de la necesidad de la misión, la justificación de la apostasía en prestigiosos y cuasi oficiales medios católicos, los compromisos con el judaísmo en detrimento de la plena unidad católica, la lectura del Corán en reuniones «católicas» – no me atrevo a llamarlas celebraciones, la exaltación de Lutero como testigo del Evangelio, las propuestas y pedidos de intercomunión, el hecho de que con toda naturalidad se hable de iglesias refiriéndose a comunidades luteranas o protestantes – lo que implica una negación o distorsión del concepto de «Iglesia», constituido enteramente sobre el sacramento del Orden y la Eucaristía como actualización de la Pascua – significan una negación y contestación de hecho a aspectos nucleares de la Dominus Iesus.

Y aunque sea menos perceptible, en las actitudes contrarias a ambos documentos hay en la base una negación de otro de los documentos señalados como más relevantes: Fides et Ratio. Porque, por un lado, hay un discurso irracional, por el cual se nos quiere convencer de que en sus propuestas todo sigue igual siendo enteramente distinto. Que no hay cambios cuando los cambios son evidentes. Que hay una continuidad completa cuando la ruptura es absolutamente clara. Se está negando uno de los fundamentos del ejercicio de la razón: el principio de no contradicción, sin el cual la realidad se vuelve ininteligible. Se niega, por otra parte, la capacidad metafísica de la inteligencia, de tal modo que van desapareciendo las referencias a la «naturaleza humana». como un vestigio de tiempos ya superados. La fe, en estos planteos, ya no aparece como la respuesta al Dios que se revela. Ya no es el acto de aquel que, oyendo, y movido por la gracia, da su asentimiento a la Palabra y al que la y se pronuncia. La fe es puro constructo humano, y la Revelación no es ya un hecho trascendente, irrupción de lo eterno e inmutable en la historia. Por lo tanto, la «doctrina» – nueva malapalabra – y la praxis eclesial son un modelo para armar, completamente ajustable y camaleonizable con el contexto vigente.

Dicho esto, y volviendo al inicio, confieso que el enigma de la renuncia de Benedicto XVI se vuelve aún más grande, al menos para mí. ¿Qué pensará realmente, más allá de lo que pueda o decida decir o callar? ¿O habrá cambiado radicalmente su manera de pensar, en la cumbre de sus días?

No lo sé ni puedo saberlo, y quizá no lo sepa nunca. Lo que sí intuyo es que detrás de todo hay un misterioso designio divino, que incluye también los errores y prevaricaciones humanas.

Si bien pueden encontrar los textos en este artículo de Infocatólica de 2014, los transcribo nuevamente aquí para favorecer su lectura.

E imploro Domino Iesu que su Esposa, la Iglesia, no se deje encandilar por el anhelo del aplauso, por la necesidad de la aprobación del mundo, sino que continúe fiel a su misión de hacer resplandecer en el mundo Veritatis Splendor.


Sobre Veritatis Splendor

La encíclica sobre los problemas morales, la «Veritatis splendor», ha necesitado muchos años de maduración y su actualidad sigue siendo inmutable.

La constitución del Vaticano II sobre la Iglesia en el mundo contemporáneo, frente a la orientación prevalentemente iusnaturalista de la teología moral de la época, quería que la doctrina moral católica sobre la figura de Jesús y su mensaje tuviera un fundamento bíblico.

Esto se intentó mediante alusiones solo durante un breve periodo. Después se fue afirmando la opinión de que la Biblia no tenía ninguna moral propia que anunciar, sino que reenviaba a los modelos morales periódicamente válidos. La moral es cuestión de razón, se decía, no de fe.

Desapareció así, por una parte, la moral entendida en sentido iusnaturalista, pero en su lugar no se afirmó ninguna concepción cristiana. Y puesto que no se podía reconocer ni un fundamento metafísico ni uno cristológico de la moral, se recurrió a soluciones pragmáticas: a una moral fundada sobre el principio del equilibrio de bienes, en el que ya no existía lo que es verdaderamente mal y lo que es verdaderamente bien, sino solo lo que, desde el punto de vista de la eficacia, es mejor o peor.

La gran tarea que Juan Pablo II hizo en esa encíclica fue la de encontrar nuevamente un fundamento metafísico en la antropología, como también una concreción cristiana en la nueva imagen de hombre de la Sagrada Escritura.

Estudiar y asimilar esta encíclica sigue siendo una obligación de grandísima importancia.


Sobre Dominus Iesus

También aquí quisiera poner un ejemplo. Frente a la tormenta que se había creado entorno a la declaración Dominus Iesus me dijo que durante el ángelus pretendía defender sin equívoco el documento. Me invitó a escribir un texto que fuera, por así decir, hermético y no permitiera ninguna interpretación diversa. Debía emerger de forma del todo inequívoca que él aprobaba el documento incondicionalmente.

Por tanto, preparé un breve discurso; no pretendía, sin embargo, ser demasiado brusco y así intenté expresarme con claridad pero sin dureza. Después de haberlo leído, el Papa me pregunto otra vez: «¿Es realmente suficientemente claro?» Yo respondí que sí. Quien conoce los teólogos no se asombrará del hecho que, sin embargo, después hubo quien mantuvo que el Papa había prudentemente tomado distancia del texto.





quinta-feira, 9 de fevereiro de 2017

terça-feira, 7 de fevereiro de 2017

Dezenas de cartazes contra Bergoglio colados nas ruas de Roma


Os cartazes, entretanto tapados, referiam a «decapitação da Ordem de Malta» e neles podia ler-se:

«Francisco, interditaste congregações, afastaste sacerdotes, decapitaste a Ordem de Malta e os franciscanos da Imaculada, ignoraste cardeais... mas onde está a tua misericórdia?»

Foram tapados... reproduzamos...





Um Papa violento?



(AS HIPOCRISIAS DE BERGOGLIO...)

Um Papa violento?

Roberto de Mattei, Adelante La Fe, 4 de Fevereiro de 2017

Contra la evidencia, poco se puede argumentar. La mano tendida por el papa Bergoglio a la Fraternidad San Pío X es la misma que cae en estos días sobre la Orden de Malta y sobre los Franciscanos de la Inmaculada.

El asunto de la Orden de Malta ha concluido con la rendición incondicional del Gran Maestre y la vuelta al poder de Albrecht von Boeslager y del poderoso grupo alemán al que representa.

Riccardo Cascioli resume la cuestión en estos términos en La Nuova Bussola quotidianaEl responsable de la deriva moral de la Ordem ha sido rehabilitado, y han despedido a quien intentó pararle los pies.

Lo sucedido supone un desprecio total a la soberanía de la Orden, como se desprende de la carta dirigida el pasado 25 de enero por el secretario de estado vaticano Pietro Parolin a los miembros del Soberano Consejo en nombre del Santo Padre, con el que la Santa Sede ha intervenido de hecho a la Orden.

Sería lógico que los otros cien estados que mantienen relaciones diplomáticas con la Orden de Malta retirasen a sus embajadores, dado que pueden mantener relaciones directas con el Vaticano, del cual ya depende totalmente la Orden.

El desprecio que manifiesta el papa Francisco por la ley se extiende del derecho internacional al derecho civil italiano.

Un decreto de la Congregación de los Religiosos, i con la aprobación del Papa, impone al padre Stefano Maria Manelli, superior de los Franciscanos de la Inmaculada, la prohibición de dirigirse a los medios informativos o hablar en público, así como de participar en toda iniciativa o encuentro. Y sobre todo, «devolver en el plazo de 15 días a contar de la recepción del presente decreto el patrimonio económico administrado por asociaciones civiles y cualquier otra cantidad a su disposición de cada uno de los institutos». Es decir, devolver a la Congregación de los Religiosos los bienes patrimoniales de los que, como ha confirmado el Tribunal de Apelación de Avellino, el padre Manelli no puede disponer porque pertenecen a asociaciones legalmente reconocidas por el Estado italiano.

«En 2017, en la Iglesia de la Misericordia», comenta Marco Tosatti, «sólo faltan tormentos como la garrucha y la máscara de hierro para que el catálogo esté completo».

Por si fuera poco, monseñor Ramon C. Argüelles, arzobispo de Lipa (Filipinas), ha tenido noticia de su destitución por un comunicado de la Sala de Prensa Vaticana.

Se desconocen los motivos de tal medida, pero se pueden intuir: monseñor Argüelles ha reconocido canónicamente una asociación que agrupa a ex seminaristas de los Franciscanos de la Inmaculada que han abandonado la orden a fin de poder estudiar y prepararse para el sacerdocio con plena libertad e independencia. Se trata de una culpa, por todo lo que se ve, imperdonable.

Surge la pregunta de si no será Francisco un papa violento, si entendemos bien el sentido de la palabra. La violencia no es la fuerza ejercida de modo cruento, sino la fuerza aplicada de manera ilegítima, menospreciando el derecho, con vistas a alcanzar los propios fines.

El deseo de monseñor Bernard Fellay de regularizar la situación canónica de la Fraternidad San Pío X mediante un acuerdo que no perjudique en modo alguno la identidad de su instituto es ciertamente admirable, pero cabe preguntarse: ¿es oportuno colocarse bajo la tutela jurídica de Roma precisamente en el momento en que se desprecia el derecho, o incluso se lo utiliza como un medio para reprimir a quien quiere ser fiel a la fe y a la moral católicas?

(Traducido por J.E.F)





segunda-feira, 6 de fevereiro de 2017

Centenário de Fátima, Papa, e Portugal



Padre Nuno Serras Pereira, 4 de Fevereiro de 2017

1.  Este ano, todos o sabemos, celebram-se os cem anos das aparições de Nossa Senhora na Cova da Iria, em Fátima, aos três pastorinhos. O Santo Padre, é público, prometeu vir ao Santuário de Fátima dias 12 e 13 de Maio, presidindo às celebrações festivas dessa data memorável da primeira Aparição.

Confesso que, porventura como a maioria dos católicos portugueses, estou impregnado até à medula por esse acontecimento e mensagem. Não que me considere um exemplo de coerência. Longe disso. Mas parece-me impossível conseguir viver a Fé e seguir o Evangelho à margem de Fátima ou ignorando-a.

Contrariamente ao comum dos crentes, segundo creio, o que me tem despertado maior curiosidade não foi a parte do 3.º segredo, tão badalado, que só foi revelada no  pontificado de S. João Paulo II. Mas sim, aquela frase tão Misteriosa: «Em Portugal conservar-se-á sempre o Dogma da Fé». Esta revelação que nunca entendi  ou valorizei suficientemente (por que não dizer, por exemplo, «em Roma conservar-se-á sempre o Dogma da Fé»? Não seria mais lógico e concorde com aquilo a que estamos acostumados? E, no entanto, não foi isso que foi dito). Torna-se-me mais clara, nos tempos que correm. Convirá, antes de avançar, recordar que as profecias, em geral, são condicionadas pela resposta, ou falta dela, dada por aqueles a quem é dirigida.

2.  a) Que essa resposta, nas últimas décadas, não tenha correspondido aos pedidos de Nossa Senhora de Fátima, é particularmente evidente no que diz respeito à Verdade (ao Dogma) de Fé Divina e Católica[1] que proíbe a morte deliberada e directa de todo e qualquer ser humano inocente[2], e a consequente cooperação formal ou material próxima no acto intrinsecamente perverso:

Diz-se heresia a negação pertinaz, depois de recebido o baptismo, de alguma verdade que se deve crer com fé divina e católica., ou ainda a dúvida pertinaz acerca da mesma ... . Ora, uma proposição apresentada para ser crida, pelo magistério universal e ordinário, é de fé divina e católica, é uma verdade dogmática, e a doutrina contrária é formalmente herética (Cf. R. P. I. Salaverri, S.J., Sacrae Theologia Summa, I., De Ecclesia Christi III, Ed. 2, B.A.C., Matriti, N. 897, p. 786). Acresce que o cânone 750, ao aludir às verdades dogmáticas refere-se também à Lei Divina ou lei a crer (Cf. R. P.S. Cartechini, S.J., De valore notarum theologicarum et de criteriis adea dinoscendas (Romae 1951) 11). Uma verdade formalmente revelada é aquela que Deus tornou clara directamente em seu próprio conceito ou termos – de um modo explícito ou implícito: explicitamente em termos directos ou equivalentes, implicitamente quando a verdade está incluída no que foi explicitamente revelado – a parte está incluída no todo, o particular no universal (cf. Ad. Tanquerey, S. S., Manual of Dogmatic Theology, I, Desclée Co., Tournai, 1959, N. 323 A, 202-203).

Tudo isto se tornará, porventura, mais claro se nos recordarmos que Deus revelou o decálogo, declarando no quinto mandamento: Não assassinarás, isto é, não matarás o inocente nem o justo (Ex. 23, 7). Por isso, o cardeal Ratzinger esclareceu que a doutrina da Igreja sobre a grave imoralidade da morte voluntária e directa de um ser humano é um dogma de Fide Divina et Catholicae (verdade de Fé Divina e Católica) (J. Card. Ratzinger,  Professio Fidei et Iusiurandum fidelitatis in suscipiendo officio nomine Ecclesiae exercendo una cum nota doctrinali adnexa, AAS 90 (1998) 542-551; Communicationes 30 (1998) 42-49).

Ora, depois do baptismo na Igreja católica, não acreditar ou duvidar obstinadamente (isto é, a pessoa depois de esclarecida continua com a mesma posição) constitui heresia grande, pelo que não está em comunhão com a Igreja católica. Aliás pode-se afirmar que abandonou a Fé, uma vez que não acreditar numa Verdade Revelada por Deus significa, ultimamente, que não se crê n’Ele (que por ser Deus, não Se engana nem nos pode enganar) mas sim em si próprio como critério derradeiro da verdade; ou seja, corresponde a uma autodivinização, evidentemente ilusória, alucinada.

A legalização do aborto provocado, através de voto referendário e parlamentar, e a promulgação por parte do chefe do Estado, mostrou que uma grande maioria de católicos debandou da Fé. O mesmo parece estar para acontecer agora com as tentativas de legalização da eutanásia e do suicídio assistido, isto é, da matança lúgubre e sórdida por parte do Estado dos mais fracos entre os nascidos. De facto, a bandeira  dos matadores tem sido arvorada por um político, que no início das suas intervenções na comunicação social faz questão de se dizer católico, o que constitui uma mentira descarada. Algo de semelhante aconteceu por estes dias quando um semanário traz na primeira página as fotografias de duas mulheres, ditas católicas, uma a favor da eutanásia e outra contra. Esta última poderá ser católica, mas a primeira não o é, pois apostatou da sua Fé.

b) Nos dias que correm é vulgar afirmar-se, como se fora um Dogma, que é necessário um grande debate a todos os níveis da sociedade e consequentemente na Igreja também. Daí a prontidão de alguma comunicação social da mesma, enveredar pelo mesmo caminho, dizendo embora durante um dia ou dois, a intervalos, que a sua posição é a da Igreja. Claro que essa afirmação pretextuosa para quem a quem a não tiver ouvido nessa altura é, na prática, inexistente e dá azo a que a essa instituição dê voz a quem advoga as mais nefandas heresias e cruezas desumanas, totalmente contrárias à Lei Divina e à Natural. Tudo isto em nome de um pluralismo informativo, como se se tratasse de assuntos ou matérias opináveis.

Debater, à letra, etimologicamente, significa bater intensamente – o de está a indicar a intensidade e o bater o espancamento. E de facto, os debates não passam de pugilatos verbais em que os combatentes não procuram a verdade mas sim o esmagamento do inimigo, o triunfo. Não é por acaso que na escolástica não se davam debates mas sim disputas que eram uma forma de apurar ou/e aprofundar a Verdade. Aceitar debater com títeres do Maligno é correr o enorme risco de expor-se a uma derrota vergonhosa e trágica. E isto, entre outras, por duas razões principais. A primeira, porque ao aceitar o debate se dá, objectivamente, por adquirido que a matéria é opinável, relativa, e, portanto, susceptível dela dipormos, como se ela não fosse, como é,  indisponível. A segunda, porque, como diz o Evangelho os filhos das trevas, nas coisas deste mundo, são mais astutos do que os filhos da Luz. Eles são mestres em demagogia e populismo, em manipular emoções e sentimentos, em infundir medos irracionais e falsas compaixões, e o mais que fica por dizer. Acresce que, como dizia Marshall McLuhan, o meio é a mensagem. E esse meio é, num certo sentido, objectivamente, adverso à séria consideração e contemplação destas verdades.

3. Nos inícios deste pontificado, embora não o tenha mostrado publicamente, surgiram em mim duas impressões e interrogações, a saber, 1 – o Papa Francisco irá catolicizar os jesuítas (pós-Arrupe) ou, pelo, contrário, enjesuitar a Igreja? 2 – No combate, manifesto, entre Jorge Mario Bergoglio e o Papa Francisco quem irá vencer?

Aquando da sua primeira entrevista, publicada em 19 revistas jesuítas, um pouco por todo o mundo, e a conferência de imprensa feita na sua viagem de regresso das jornadas mundiais da juventude no Brasil, confesso que fiquei muito inquieto, com a impressão que este pontificado tinha como um dos seus objectivos principais desmantelar o de S. João Paulo II, e com ele, a Revelação transmitida pela Sagrada Escritura e pela Tradição da Igreja. Ora, este desassossego não era coisa que se desse a conhecer através das mensagens que vou enviando. Por isso, o modo discreto em que vos comuniquei aquilo que parece me adivinhava o coração foi pedir-vos que rezassem a S. João Paulo II para que Francisco confirmasse as verdades que ele tinha ensinado. Agora, porém, já há gente autorizada que o escreve claramente.

A divisão na Igreja é, agora, claríssima. Bispos contra bispos, cardeais contra cardeais, fiéis leigos (aqueles que segundo os cardeais Newman, Ratzinger e Congar, salvaram a Igreja – com uma pouca de bispos e um assinalável, mais extenso, grupo de simples sacerdotes) desorientados, perplexos e irados. A heresia, sacramental e moral campeia sem freio nos dentes. Leigos aconselhados a praticar sacrilégios, padres forçados a cooperar neles, sob pena de suspensão canónica.

Se todo este «pluralismo» doutrinal e pastoral é lícito na Igreja católica, por que não o há-de ser nas comunidades eclesiais protestantes e mais ainda nos ortodoxos? Sendo assim, todos somos afinal católicos, abandonado o confessialismo, ou aceite toda e qualquer expressão diversa, variável, mesmo oposta, do mesmo então a Igreja será, e só então católica (universal). A questão do Papado resolver-se-á facilmente alternando sucessivamente, ao princípio, um Papa da Igreja latina seguido de um da Igreja Ortodoxa e, com o decorrer do tempo, possibilidades mais alargadas seriam possíveis. O Papa seria uma espécie de Rainha da Inglaterra, presidindo simbolicamente a uma federação multiplicadamente variegada. E assim, finalmente a Igreja seria mesmo católica. Não cuidem que brinco; infelizmente, não é o caso.

4. O que é que se joga neste centenário de Fátima? A conservação ou a recuperação em Portugal e na Igreja do Dogma da Fé. Para isso é necessário seguir o que Nossa Senhora nos pediu: Oração, sacrifício e conversão. Temos mesmo muito que fazer e padecer se quisermos que o grande Milagre aconteça.

À honra de Cristo e de Sua Mãe, Maria Santíssima. Ámen.


[1] «The first paragraph states: «With firm faith, I also believe everything contained in the Word of God, whether written or handed down in Tradition, which the Church, either by a solemn judgment or by the ordinary and universal Magisterium, sets forth to be believed as divinely revealed». The object taught in this paragraph is constituted by all those doctrines of divine and catholic faith which the Church proposes as divinely and formally revealed and, as such, as irreformable.11

These doctrines are contained in the Word of God, written or handed down, and defined with a solemn judgment as divinely revealed truths either by the Roman Pontiff when he speaks «ex cathedra», or by the College of Bishops gathered in council, or infallibly proposed for belief by the ordinary and universal Magisterium.

These doctrines require the assent of theological faith by all members of the faithful. Thus, whoever obstinately places them in doubt or denies them falls under the censure of heresy, as indicated by the respective canons of the Codes of Canon Law. … To the truths of the first paragraph belong the articles of faith of the Creed, the various Christological dogmas21 and Marian dogmas;22 the doctrine of the institution of the sacraments by Christ and their efficacy with regard to grace;23 the doctrine of the real and substantial presence of Christ in the Eucharist24 and the sacrificial nature of the eucharistic celebration;25 the foundation of the Church by the will of Christ;26 the doctrine on the primacy and infallibility of the Roman Pontiff;27 the doctrine on the existence of original sin;28 the doctrine on the immortality of the spiritual soul and on the immediate recompense after death;29 the absence of error in the inspired sacred texts;30 the doctrine on the grave immorality of direct and voluntary killing of an innocent human being.31» In DOCTRINAL COMMENTARY ON THE CONCLUDING FORMULA OF THE PROFESSIO FIDEI

Congregation for the Doctrine of the Faith [This commentary was issued coincident with the promulgation of «Ad tuendam fidem» by Pope John Paul II, modifying the Oriental and Latin codes of canon law.]

[2] ... «a inviolabilidade absoluta da vida humana inocente é uma verdade moral explicitamente ensinada na Sagrada Escritura, constantemente mantida na Tradição da Igreja e unanimamente proposta pelo seu Magistério. Tal unanimidade é fruto evidente daquele «sentido sobrenatural da fé» que, suscitado e apoiado pelo Espírito Santo, preserva do erro o Povo de Deus, quando «manifesta consenso universal em matéria de fé e costumes».

Face ao progressivo enfraquecimento, nas consciências e na sociedade, da percepção da absoluta e grave ilicitude moral da eliminação directa de qualquer vida humana inocente, sobretudo no seu início e no seu termo, o Magistério da Igreja intensificou as suas intervenções em defesa da sacralidade e inviolabilidade da vida humana. Ao Magistério pontifício, particularmente insistente, sempre se uniu o Magistério episcopal, com numerosos e amplos documentos doutrinais e pastorais emanados quer pelas Conferências Episcopais, quer pelos bispos individualmente. Não faltou sequer, forte e incisiva na sua brevidade, a intervenção do Concílio Vaticano II.

Portanto, com a autoridade que Cristo conferiu a Pedro e aos seus Sucessores, em comunhão com os bispos da Igreja católica, confirmo que a morte directa e voluntária de um ser humano inocente é sempre gravemente imoral. Esta doutrina, fundada naquela lei não-escrita que todo o homem, pela luz da razão, encontra no próprio coração (cf. Rm 2, 14-15), é confirmada pela Sagrada Escritura, transmitida pela Tradição da Igreja e ensinada pelo Magisterio ordinário e universal.

A decisão deliberada de privar um ser humano inocente da sua vida é sempre má do ponto de vista moral, e nunca pode ser lícita nem como fim, nem como meio para um fim bom. É, de facto, uma grave desobediência à lei moral, antes ao próprio Deus, autor e garante desta; contradiz as virtudes fundamentais da justiça e da caridade. «Nada e ninguém pode autorizar que se dê a morte a um ser humano inocente seja ele feto ou embrião, criança ou adulto, velho, doente incurável ou agonizante. E também a ninguém é permitido requerer este gesto homicida para si ou para outrem confiado à sua responsabilidade, nem sequer consenti-lo explícita ou implicitamente. Não há autoridade alguma que o possa legitimamente impor ou permitir».

No referente ao direito à vida, cada ser humano inocente é absolutamente igual a todos os demais. Esta igualdade é a base de todo o relacionamento social autêntico, o qual, para o ser verdadeiramente, não pode deixar de se fundar sobre a verdade e a justiça, reconhecendo e tutelando cada homem e cada mulher como pessoa, e não como coisa de que se possa dispor. Diante da norma moral que proíbe a eliminação directa de um ser humano inocente, «não existem privilégios, nem excepções para ninguém. Ser o dono do mundo ou o último ‘miserável’ sobre a face da terra, não faz diferença alguma: perante as exigências morais, todos somos absolutamente iguais» In S. João Paulo II, O Evangelho da vida, n.º 57





domingo, 5 de fevereiro de 2017

Crianças refugiadas em Portugal em 1941



ARQUIVO DN

Portugal, país neutral e com ligações marítimas aos Estados Unidos, acolheu dezenas de milhares de refugiados durante a Segunda Guerra Mundial. Muitos eram crianças.

Foram múltiplos os embarques em Lisboa de crianças refugiadas para a América durante os anos de 1940 e 1941. Há em várias edições do DN referência a grupos de crianças que depois de uma temporada na Colónia Balnear Infantil O Século, em São Pedro do Estoril, partiram para a segurança dos Estados Unidos, país que então ainda era neutral e que de qualquer forma, tirando o Havai, nunca chegou a sentir a Segunda Guerra Mundial no seu território.

No jornal de 11 de Junho de 1941, é noticiada a partida de um grupo a bordo do paquete Mouzinho, acenando com bandeiras portuguesas e americanas. O embaixador polaco distribuiu uma simbólica nota de um dólar a cada uma das crianças que eram do seu país.

Noutra edição, datada de 7 de Setembro de 1941, é descrita a chegada a Lisboa de um grupo vindo de Marselha, que depois de fazer a travessia de barco até Barcelona cruzou toda a Espanha até Portugal. Oásis de paz, Portugal foi também escala para a América de gente adulta famosa como Marc Chagall ou Antoine de Saint-Exupéry.





Uma sociedade que abdica ou uma sociedade que se dedica?


João Paulo Barbosa de Melo, Observador, 31 de Janeiro de 2017

Temos direito a morrer pacificamente, com o mínimo de dor, e a sociedade deve proporcionar os meios para isso. Mas teremos o direito de pedir (ou de exigir) que acabem activamente com a nossa vida?

Ninguém (ou quase ninguém) quer morrer. O que queremos é levar uma vida longa e feliz e todos temos direito a ambicioná-lo! Quando se pensa no final da vida, temos medo. Por muita fé e por muita esperança num depois que tenhamos, a morte, em especial a nossa e a dos nossos, assusta-nos. E a morte em sofrimento físico ainda assusta mais.

Partindo do princípio de que ninguém tem a obrigação de morrer em dor física insuportável, qual deve ser a resposta da sociedade perante a probabilidade de isso acontecer?

Os caminhos são fundamentalmente dois. De um lado, a sociedade pode organizar-se para que cada um tenha o máximo auxílio (médico e não só) para reduzir ao mínimo o sofrimento físico na hora de morrer, mesmo que essa intervenção acabe por ter o efeito colateral de encurtar o tempo de vida. Esta é a resposta de uma sociedade que se preocupa, uma sociedade fraterna. No extremo oposto, a sociedade pode oferecer ao que sofre (ou teme vir a sofrer) um meio para acabar com a sua vida quando entender que é chegada a hora. É a resposta de matriz liberal em que o valor preponderante é o da liberdade do indivíduo: se o suicídio é a escolha daquela pessoa, então temos de respeitar a sua vontade – se a pessoa quer acabar com a sua vida, deve poder fazê-lo e a comunidade não tem nada com isso.

Que caminho colectivo queremos trilhar em Portugal? A resposta a esta questão diz muito sobre a sociedade que queremos ser.

O reflexo humano ancestral perante alguém que se tenta suicidar – normalmente no meio de grande sofrimento emocional, psicológico ou físico – é, e sempre foi, salvar aquela pessoa, fazer o possível por demovê-la, tentar perceber o seu problema e dar a mão. Quantas pessoas conhecemos que quiseram acabar com a vida e que, ajudadas, acabaram por se arrepender e viveram vidas felizes e longas? Se virmos alguém a preparar-se para saltar de uma ponte, se nos cruzarmos com alguém que acabou de ingerir uma dose letal de comprimidos ou que ameaça apontar uma arma à cabeça, o que fazemos? O que achamos que devemos fazer? Deixar andar? Ficarmo-nos por considerar que «se foi isso que esta pessoa decidiu em liberdade, então o problema é dela e não meu»?

Ninguém pode ser obrigado a fazer tratamentos e intervenções que prolonguem artificialmente a vida, aumentando o sofrimento físico às portas da morte. Mas também não é fácil a uma família respeitar a vontade do familiar moribundo e recusar manobras encarniçadas só para tentar mais umas horas de vida. E se essas decisões são difíceis e pouco claras para as famílias, não o são menos para os profissionais de saúde. Os médicos defendem primordialmente a vida e nenhum médico tem o direito de obrigar o seu paciente a viver um pouco mais, se for apenas para morrer em maior sofrimento.

Temos direito a morrer pacificamente, com o mínimo de dor física, e a sociedade tem o dever de proporcionar activamente os meios para isso. Mas teremos o direito de pedir (ou de exigir) que acabem activamente com a nossa vida para acabar com o nosso sofrimento? E será que a sociedade tem o dever de acabar com a vida daqueles que não querem mais viver? Se acharmos que sim, em que condições vamos permiti-lo? Com que cautelas e travões? Para que idades? Com que prazos? Para que casos concretos? Com que hipóteses de voltar atrás se nos arrependermos? Há caminhos que, uma vez abertos, não sabemos até onde nos levam.

O tema é muito fundo e merece uma reflexão séria, feita com tempo, que vá para além dos «soundbites» para a praça pública, que ultrapasse as divisões bons-maus ou esquerda-direita, que se liberte da arengada habitual dos «progressistas» e dos «retrógrados» e, já agora, que a Igreja não seja metida nisto. É uma discussão a que todos somos convocados porque define o que queremos que a nossa sociedade seja: uma sociedade que abdica ou uma sociedade que se dedica?

Professor da Universidade de Coimbra





Eutanásia: Quem é que decide afinal?



Afonso Espregueira, Observador, 1 de Fevereiro de 2017

 A eutanásia não é uma escolha do doente, antes é uma decisão da sociedade, que através da lei define quem pode a ela recorrer, e do corpo clínico, que decide nos casos concretos se estes estão na lei.

A eutanásia é a última expressão da vontade e liberdade do doente. Numa situação de sofrimento insuportável e doença incurável, o doente deve poder decidir pôr fim à sua vida e pedir a morte assistida. É um legítimo exercício da sua autodeterminação, a derradeira manifestação da sua autonomia.

É nesta simples mas poderosa ideia, que coloca a liberdade como o valor máximo (mesmo acima da vida), que se baseiam os defensores da eutanásia. Mas será mesmo assim? Será a eutanásia o exercício derradeiro da liberdade?

Julgo que não. Julgo que, na verdade, não está em causa a liberdade do doente e que a decisão pela eutanásia, em última análise, não é sua, mas de terceiros. E, como ninguém pode decidir tirar a vida a outrem, a eutanásia não é admissível.

É importante notar que a eutanásia será sempre enquadrada numa lei, onde se definirão as situações em que esta é permitida. Podem ser termos mais ou menos concretos ou subjectivos, mas será sempre o legislador, em representação da sociedade, a determinar que casos podem ou não ser sujeitos a eutanásia. Para além disso, haverá um corpo clínico a ajuizar a situação específica do doente, decidindo se a lei é aplicável ao seu caso e portanto se o pedido de eutanásia deve ou não ser respeitado.

Quer isto dizer que certas pessoas que requeiram a eutanásia verão o seu pedido rejeitado e, poder-se-á dizer, à luz do que foi dito acima, a sua liberdade coarctada. Alguns doentes (de primeira ou de segunda, depende do ponto de vista) terão a «morte assistida» como querem; outros não.

Mas se assim é, saímos da esfera da liberdade individual. Afinal, a eutanásia não é uma escolha do doente, antes é uma decisão da sociedade, que através da lei define quem pode ou não recorrer à eutanásia, e do corpo clínico, que decide nos casos concretos se estes estão ou não dentro da lei.

Assim, legalizar a eutanásia trata-se, na verdade, de permitir que a sociedade, personificada na equipa médica, decida quem vive e quem morre, o que é extremamente perverso.

A menos, claro, que em nome da coerência, os defensores da eutanásia argumentem que esta é legítima em qualquer situação, que qualquer pessoa a pode pedir e que o seu pedido será sempre atendido, independentemente do seu estado de saúde. Porém, aqui já não estamos no campo dos casos extremos de que tanto nos falam e que a todos enche de compaixão. Estamos, sim, perante uma apologia do suicídio. E isso não é de todo admissível.

Primeiro subscritor da petição «Manifesto por um verdadeiro debate público sobre a Lei da Procriação Medicamente Assistida e gestação de substituição»